Por Eduardo Quintana.
El 20 de diciembre es una fecha que guarda un profundo simbolismo, tanto para Paraguay como para el mundo. En nuestro país, esta jornada rinde homenaje a los museólogos, guardianes de la memoria y arquitectos de nuestra identidad cultural. Pero más allá de nuestras fronteras, la fecha adquiere una dimensión universal al evocar el pensamiento crítico y el amor por el conocimiento: un día inspirado en Carl Sagan, el astrónomo y divulgador que soñó con acercar las estrellas a la humanidad.
Estos dos mundos —el de los museos y el escepticismo científico—, aunque parecen transitar caminos distintos, convergen en un punto común: el compromiso con el saber, con la búsqueda de verdades y con la transmisión de estas a las futuras generaciones.
Paraguay marcó un hito en 2019 con la graduación de su primera promoción de museólogos, un logro que abrió las puertas a una práctica profesional que, hasta entonces, permanecía relegada, por ello se recuerda el Día del Museólogo Paraguayo. Durante mi paso por el diplomado en Museología, organizado por la Asociación Paraguaya de Museólogos y Trabajadores de Museos (AMUS) y la Universidad Autónoma de Asunción (UAA), aprendí que un museo moderno no se limita a acumular reliquias del pasado. Un museo vivo interpreta, comunica y conecta; es un espacio de diálogo entre las comunidades y su herencia cultural.
Con alrededor de 150 museos dispersos en la capital y los 17 departamentos del país, Paraguay cuenta con un mapa rico y diverso de espacios culturales que reflejan las múltiples identidades de su tejido social. Pero hacer justicia a esta diversidad exige más que vitrinas y catálogos: requiere una museología que valore tanto los saberes ancestrales como el patrimonio material e inmaterial. Las historias orales, las costumbres y las artesanías locales son tan esenciales como las piezas más antiguas, porque ambas dimensiones construyen nuestro presente y perfilan nuestro futuro.
Entender la museología como un ejercicio interdisciplinario fue otro de los grandes aprendizajes que me dejó el diplomado. Esta práctica reúne campos tan variados como la conservación, la restauración, la arquitectura, la comunicación, la documentación y las ciencias sociales. Sin embargo, hay algo más profundo que sostiene a esta disciplina: la colaboración. Solo desde el compromiso colectivo, entre comunidades y profesionales, puede garantizarse una museología realmente significativa.
Pero no basta con preservar; también es necesario cuestionar, reinterpretar y compartir. En este punto, entra en juego una idea clave: el pensamiento crítico. El Día del Escepticismo, celebrado también el 20 de diciembre, es un recordatorio de la importancia de dudar, de observar el mundo con curiosidad y de acercar el conocimiento a todas las personas, como lo hizo Carl Sagan. Su capacidad de simplificar lo complejo, de contar las historias del universo en un lenguaje accesible, es una inspiración tanto para los museos como para la ciencia misma.
El pensamiento crítico y científico, como el que se celebra en el Día del Escepticismo, es hoy más necesario que nunca. Frente al ruido de la desinformación y las verdades absolutas, debemos aprender a cuestionar. Los museos pueden ser espacios poderosos para cultivar este hábito, transformándose en plataformas de reflexión y aprendizaje colectivo. En un mundo que avanza con rapidez, no basta con recordar el pasado: es preciso ponerlo en diálogo con el presente y proyectarlo hacia el futuro.
Así, el 20 de diciembre no es solo una fecha para honrar a los museólogos ni para evocar a Carl Sagan. Es una invitación a celebrar el pensamiento crítico y la ciencia, a reconocer que la memoria y el saber son pilares irrenunciables de nuestra humanidad. Porque solo cuestionando podemos construir. Y solo preservando podemos avanzar.