La arquitectura como legado vivo de la sociedad
Por Santiago D. Cuenca Perales.
Desde tiempos inmemoriales, la conservación de edificaciones ha adquirido en diversas culturas una dimensión simbólica, intrínsecamente asociada al respeto por las tradiciones y un pasado que conecta a los individuos con sus orígenes. Este proceso crea un sentido de pertenencia que fomenta el orgullo colectivo.
La práctica de conservación se manifiesta de diversas formas, dependiendo de las características culturales y del contexto histórico. En primer lugar, el aspecto devocional y religioso ha propiciado la creación de edificaciones de gran calidad estética y funcional.
Cada sociedad y época ha seleccionado y conservado aquellos bienes inmuebles que les han conferido un valor significativo. El concepto de patrimonio se define como un conjunto de bienes pertenecientes a personas o instituciones, y va más allá de la mera posesión material. En el ámbito social, el patrimonio implica los valores que estos bienes encapsulan, permitiendo una comprensión más profunda del devenir de un grupo social.
De este modo, el patrimonio edificado forma parte integral del patrimonio cultural de un pueblo, reconocido por su contribución a la comprensión de la historia de la sociedad que lo generó en un momento histórico determinado. Los edificios y monumentos que conforman este patrimonio se asemejan a "libros de piedra", narradores de la historia del contexto social y temporal al que pertenecen. A través de su conservación, no solo se preserva su origen, sino que también se documentan las diversas etapas de su existencia.
El patrimonio edificado es un bien no renovable, por lo tanto es imperativo que su uso se adapte a las demandas sociales contemporáneas, sin comprometer su esencia ni su valor social. La protección y el aprovechamiento de estos activos arquitectónicos requieren un enfoque interdisciplinario que involucre al ámbito público, la academia, especialistas y la comunidad como actores fundamentales en esta labor.
Los edificios patrimoniales son, en última instancia, testimonios tangibles del pasado, reflejos de la historia, las costumbres y las tradiciones de una comunidad. Su conservación garantiza que las generaciones presentes y futuras tengan acceso a su historia y cultura, fortaleciendo así el vínculo entre el legado del pasado y las aspiraciones del futuro.
Fotografía: Santiago Cuenca.