La muerte viva en la cultura paraguaya: otro ritual de eternidad

La muerte viva en la cultura paraguaya: otro ritual de eternidad

Por Eduardo Quintana - MUPA

Como cada 2 de noviembre, el Día de los Muertos invita a miles de paraguayos a recorrer los senderos polvorientos y sombríos de los cementerios del país, una tradición que se teje entre la nostalgia y el respeto. Este año, 2024, el sol cayó temprano sobre el Cementerio del Sur, uno de los más antiguos y extensos de Asunción, cuya historia se funde con el paso de las generaciones. 

Día de los Muertos en el Cementerio del Sur, fotografía por Eduardo Quintana - MUPA

El calor húmedo se mantiene, así como la delgada línea entre el olvido y el recuerdo. Desde su inauguración en 1919, este cementerio alberga desde figuras anónimas hasta los vestigios de comunidades enteras, como el sector destinado al Cementerio Ruso, que también guarda sus propias memorias, muchas de ellas vinculadas a la Guerra del Chaco (1932-1935).

Fotografía por Eduardo Quintana - MUPA

El cemento agrietado de los panteones y las cruces cubiertas de musgo y polvo ofrecen una mezcla de desolación y ritual. Allí, en las tumbas descuidadas y entre las lápidas medio caídas, todavía sobreviven algunas tradiciones. Paraguayos de todas las edades limpian las cruces, cambian las "ropitas" de los crucifijos y rezan en silencio. 

Pero también hay minutos para compartir un trago de tereré o un pedazo de chipa o Yes Yes con otros dolientes, como si el tiempo se suspendiera y la vida y la muerte coexistieran en ese acto simple.

En un rincón del cementerio, Dionicia Álvarez se arrodilla frente al panteón de su familia, no solo para venerar, sino también para limpiar. Dionicia, una enfermera y técnica en laboratorio que ha vivido casi 40 años en Ciudad del Este, viaja cada Día de los Muertos hasta Asunción para visitar a sus seres queridos que la esperan bajo tierra. 

Entre los nombres de quienes descansan allí está el de su madre, Gregoria, fallecida en el año 2000 a los 92 años, y el de su hermana Daniela, quien partió apenas en junio de este año, a los 96. Con manos acostumbradas a limpiar y cuidar, Dionicia cambia los paños de las cruces, acaricia cada letra grabada y murmura los nombres de su abuela y bisabuela, como si su presencia fuera suficiente para rescatar del olvido a los suyos.

Fotografía por Eduardo Quintana - MUPA

“La primera inquilina de este nicho fue Librada González, una niña de apenas dos años, fallecida en 1927, aquí en Asunción,” susurra. “La última es Daniela, mi hermana mayor, la jefa de la familia.”

Este acto de recordar y dignificar, de cambiar las ropas de las cruces y nombrar a los muertos, desafía la distancia del tiempo. Aunque muchas tumbas están olvidadas, algunas lápidas resisten el paso de las décadas, con nombres grabados que parecen luchar contra la erosión del mármol o el poder de la humedad, como si en esas letras persistiera la esperanza de inmortalizar a quienes se adelantaron al último misterio.

El Cementerio del Sur, en esta jornada, no es solo un lugar de descanso eterno, sino un espacio en el que la vida y la muerte se abrazan, recordándonos que, quizás, el olvido es la verdadera y poderosa tumba.